Invirtió todos sus ahorros en esa casita en la montaña con las que tantas veces había soñado. Al principio solo iba los fines de semana. Despues cambió su forma de vida. Se olvidó de todo. Y pasaba largas temporadas allí refugiado. Hasta que por fin fijó su residencia en ese paraje tan agradable.
Allí era él mismo. NO tenía que fingir. Hacía lo que quería. Y lo más importante, podía sentir lo que quisiese. Sentir sus sentimientos. Sin miedo a hacer daño a alguien. Y allí empezó a restaurar su corazón. Destrozado por y para el bien de los demás. Allí, en su casita en la montaña, comenzó a pegar trocitos con cola, a darle forma de nuevo, a buscar las piezas que faltaban. Y por fin, pudo sentir sin miedo. Querer a quien de verdad quería. LLorar por lo que no había conseguido. Gritar el nombre que tantas veces había callado. Allí, en esa casita empezó a vivir, a pesar de sus años.

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